“La felicidad debe simplemente acontecer, y lo mismo es cierto para el éxito: ámbos suceden cuando nos dejan de importar.” — Victor Frankl
Se dice que cualquiera puede ser sabio viendo para atrás: es fácil evitar errores si uno pudiera devolver las agujas del reloj. Pero son pocos quienes demuestran su lucidez previendo el futuro más allá del horizonte.
Ese resulta ser el caso de la novela distópica Un Mundo Feliz, escrita en 1932, y considerada hoy como uno de los libros más importantes del siglo XX.
Las razones de su popularidad se deben en gran parte a la capacidad visionaria del autor. Proyectándose varios siglos después de la Revolución Industrial hacia el año 2540 d.C., las páginas de esta obra literaria predicen con precisión alarmante varias consecuencias del crecimiento urbano y tecnológico con el que nos enfrentamos hoy.
Hoy nuestra sociedad no está nada lejos del laboratorio artificial con el cual arranca el primer capítulo: un criadero humano para engendrar y manufacturar bebés en cápsulas de vidrio, y también para el lavado de cerebro de tales ciudadanos emergentes. Además, ya hoy presenciamos varias de las predicciones; entre ellas, el imperativo de comprar y comprar, la creciente desaparición del matrimonio, y la normalización de la promiscuidad y de las relaciones descartables. Una influencer lo resume bien: “Hoy cambiar de novio es como cambiar de calzón.”
Esas son marcas del Mundo Feliz: uno en donde la civilización ‘de avanzada’ se presenta a sí misma como el destino inevitable y vencedor de culturas remotas y ‘salvajes’. Es un mundo de sacrificio del heroísmo individual en el nombre de proteger lo establecido; un lugar de manufactura del pensamiento, de control de mentes débiles, de personas desechables. El Mundo Feliz es una sociedad de un apetito incesante por el entretenimiento, por las luces de neón, por las sustancias psicotrópicas, y, sobre todo, por tener sexo sin compromisos.
Interponiendo campo con ciudad, la sátira de Huxley contrasta así las innovaciones de la vida urbana ‘civilizada’ con las ‘inconveniencias’ de un pasado agrario tradicional —y el contraste deja pensando en lo que hayamos estado sacrificando en esta transición—.
Un Llamado a Despertar
Pero no es un alarmismo simplista ni una nostalgia barata lo que nutre los 18 capítulos de la épica futurista. La obra es fruto de un deseo genuino de evitar los totalitarismos culturales que vienen con la supuesta estabilidad social. La sátira distópica es un anhelo por dejar atrás el malamansamiento; es un esfuerzo por sacudir con sarcasmo e ironía a una sociedad anestesiada por el perfume, la efervescencia, y el entretenimiento. Fue eso lo que vació el tintero de Aldous Huxley, quien fue escritor y defensor —no del individualismo— pero sí de la individualidad y de la libertad auténtica que la acompaña.
Al tener estilos de vida cada vez más urbanos y virtuales en el siglo XXI, ¿qué lecciones podemos aprender de la obra magna de este profeta cultural? La pregunta cobra relevancia en cuanto a nuestra relación con la Tierra, nuestro hogar común. Y cobra especial relevancia en cuanto a porqué las relaciones de pareja parecieran hoy durar cada vez menos y ser cada día más difíciles y descartables.
El Precio del “Soma”
Todo gira alrededor de las pastillas.
Habiéndose dado a la tarea de eliminar todo sentimiento de sufrimiento o de malestar, los ciudadanos del Mundo Feliz encuentran su remedio en unas píldoras todopoderosas. Las recetan y las consumen como pan caliente: para aplacar la impaciencia, la ansiedad, el miedo. Y hasta para vencer el asco y aliviarse de todo lo que amenaza la felicidad.
Las llaman “soma” —la palabra en griego para ‘cuerpo’—, porque en el mundo distópico de Huxley el mayor pecado es no ser feliz de pertenecer al ‘cuerpo’ social. El mayor pecado es no estar alineado con el Sistema Predominante; es cuestionarse lo establecido y preguntarse si hay algo más allá de caminar en círculos persiguiendo infinitamente el placer y la supuesta felicidad.
Se convierte así el soma en la escapatoria perfecta para diluir las disonancias. El soma anula el pensamiento crítico y castra toda emoción. Su único fin es generar placer y éxtasis inmediatos y así proteger el aura sagrada del estatus quo y de la unidad social. El soma es la droga sutil para quienes no quieren correr el riesgo de despertar y ser libres porque prefieren continuar como siervos menguados del Sistema.
Pero es también el reemplazo de la literatura, y de lo bello y lo antiguo. La élite controladora del Mundo Feliz no quiere que nadie se sienta atraído al pasado. Sólo lo nuevo cuenta. Así que, junto con el soma, viene también el lavado de cerebro de los bebés mientras duermen. Ningún mejor remedio contra el pasado que horas incontables de exposición inconsciente a grabaciones con clichés prefabricados:
“Ending is better than mending”
“Orgy-porgy, Ford and fun...”
“Everyone works for everyone else”
O, puesto en tico, “botar es mejor que reparar”; “canchis canchis, andar en carrazo y tomar birrita”; “que vivan siempre el trabajo y la paz”.
El Nuevo Opio del Pueblo
En el Mundo de Huxley, los Condicionadores –quienes controlan la sociedad– saben que la verdad es una amenaza. Están al tanto que los libros son algo que evitar y que la ciencia es un peligro público. No quieren que nadie lea. De ahí que las élites esconden las obras de Shakespeare y de varios otros. Y esconden La Biblia. El soma se convierte, más bien, en el reemplazo del saber, de la ciencia, y de la poesía. Y también de la religión.
El Mundo Feliz es uno en el que han dejado de existir las iglesias. Todas las cruces han sido decapitadas en el nombre de la industrialización y del comercio. En cambio, las cruces tienen forma de ‘T’—honrando al ‘Modelo T’ del vehículo revolucionario producido en masa por Henry Ford—.
Sucede que la trama distópica tiene lugar en el año 632 ‘después de Ford’. Léase entre líneas: según Huxley, la revolución industrial fue la que marcó un verdadero antes y un después. Los artículos baratos producidos en masa y la facilidad de desplazarse que trajeron los automóviles fueron en gran parte las culpables de la eventual muerte del cristianismo y de las sociedades agrarias y ‘salvajes’. Andar en carro con tennis Nike sacó de moda andar el burro y usar sandalias como las de Jesús.
Las comodidades de la industria y la libertad de poder cruzar largas distancias provista por el nuevo automóvil modelo ‘T’ perturbaron así la vida en comunidad, obstruyeron la cercanía con la naturaleza, y comenzaron también a desgarrar el tejido social dado por un hecho en los tiempos de la ‘t’ de la antigua Cruz.
¿Para qué rezarle a Dios por lluvia si el supermercado siempre vende alimentos frescos? ¿Para que trabajar en conjunto, en familia, si la lavadora de ropa se ocupa de sacar hasta la última mancha y la batidora de papas pone en desmoda triturarlas a mano? ¿Para qué conversar con los vecinos si los shows masivos en la radio y en la televisión son más entretenidos? Las pantallas, y las ondas, y los shopping malls y sus miles de tiliches ensomados se conviertieron entonces, poco a poco, en el nuevo opio del pueblo.
A todo esto, los Condicionadores del Mundo Feliz entrenan a los bebés a odiar los libros y todo lo relacionado con la vida del campo. Desde niños, los exponen al olor de las páginas y de las flores mientras a su vez los bombardean con música diabólica a todo volumen. Aprenden de esa manera los infantes a asociar los libros y lo natural con algo que les genera trauma y repulsión.
(Paréntesis: Al igual que la verdad, estas predicciones de Huxley no pecan, aunque sí incomodan. Estando tan sumergidas en el Mundo Feliz al punto de no darse cuenta, hoy muchas iglesias son poco más que un refjelo con 'sabor cristiano' de la cultura que las envuelve y las infiltra. Por un lado, el grueso de las iglesias desconoce del todo su llamado ecológico, enclaustradas en edificios sintéticos con luces artificiales y parlantes a todo volumen. Por otro, se mercadea a Jesús como un "helado" y a cada iglesia como un "sabor" a elegir por un público espectador más proclive al consumo que al sacrificio. Hoy gran parte de la fe cristiana ha sido convertida en producto terapéutico al alcance de las sociedades del consumo. Florece el llamado evangelio de la prosperidad; miles de comunidades de fe ignoran su vocación social para convertirse en centros de terapia interpersonal o de entretenimiento espiritual; se tergiversa la plenitud del mensaje del reino de Dios en la tierra y se predica, en cambio, una especie de seguro contra incendios para garantizarle una supuesta eternidad en el cielo a quienes lo creen; se cantan canciones de 'adoración' que, además de ser monótonas y sin mayor artesanía musical, en su mayoría tienen que ver más con "yo" y con "mi" y con "me" que con el Dios a quien en teoría se rinde homenaje. En resumen, se mercadea la fe de acuerdo a los gustos y caprichos del consumidor, aniquilando la visión sacrificial de renovación cósmica propia de los orígenes del cristianismo apostólico que instauró Jesús. Y se predica así una cruz perfumada y descapitada.)
Moralidad Embotellada
Dados los vacíos que dejan tales intercambios, de ahí que el soma existe para aliviar el enojo, para reconciliar tensiones con enemigos, para hacerlo a uno paciente y capaz de soportar el sufrimiento. Lo que antes se alcanzaba a través de largos años de entrenamiento moral, en el Mundo Feliz se alcanza inmediatamente por medio de tres píldoras y media. Los ciudadanos ensomados carecen de fortaleza interna. Son impulsivos y no tienen carácter. No mantienen compromisos. Son caprichosos y chichosos. Poseen, en cambio, una dependencia infantil en lo que Huxley llama la “moralidad embotellada” de sus pastillas. Las píldoras mágicas los hacen creerse todopoderosos —al menos mientras dure su efecto—.
Para Huxley, el soma representa así todo lo bueno del cristianismo, pero “sin lágrimas”. El soma es la castración del sentimiento, del coraje, de la tenacidad para de soportar lo agridulce de la vida.
Y es también la manera de compensar la pérdida de libertades políticas y económicas. En el Mundo Feliz, las pastillas encantadas también van de la mano con el sexo recreativo, representando un verdadero cóctel de condicionamiento mental y de promiscuidad compulsiva. Se vuelve así normal y aceptado romper todo compromiso en el supuesto nombre de la felicidad individual y de la estabilidad social anestesiada. Las penas amargas de ser esclavos del Sistema se ahogan libertinamente persiguiendo incontables placeres en la cama. Tener sexo en el Mundo Feliz es lo mismo que tener hambre, conseguirse un chocolate, y luego desechar la envoltura sin más ni menos. Como lo puso una influencer: “cambiar de novio como cambiar de calzón.” O en palabras de Huxley:
“Orgy-porgy; Ford and fun.”
Evaluando las Predicciones
Todavía faltan siglos antes del 2540 dC. Sin embargo, las primeras décadas del tercer milenio ya han visto confirmar algunas de las predicciones del autor. Nos topamos hoy con la creciente disolución del matrimonio, con el auge creciente del sexo recreativo, con el bombardeo de cócteles psicotrópicos. Crecen también las junglas urbanas de concreto y la llamada “realidad” virtual. Se multiplica el entretenimiento mientras se concentra el poder en estados y corporaciones. Y a todo esto, reinan supremos lo que el sociólogo polaco Zygmunt Bauman identificó como el “principio del placer” y el “amor líquido” —impulsos egocéntricos y ambivalentes que persiguen la felicidad instantánea sin compromisos—.
Por otro lado, crece también el número de personas malajustadas — representadas por John, un personaje tachado como “salvaje” y “no-ortodoxo” por rebelarse contra el proyecto del Mundo Feliz—.
Hoy el movimiento orgánico, el regreso a la simplicidad voluntaria, y la economía solidaria —entre otros— dan evidencia de que cada vez somos más quienes sospechamos de los juegos de poder. En principio, no queremos nuestras mentes condicionadas, ni ensomadas, ni tampoco comer más cuento.
Nos identificamos, por el contrario, con la determinación del tal John, un “rebelde salvaje” que cuestiona la agenda de los arquitectos que gobiernan el pensamiento de las mayorías del Mundo Feliz —arquitectos a quien Huxley denomina ‘los Condicionadores’—. Queremos de ahí emprender en la aventura de zafarnos de las garras de la civilización y del soma. Anhelamos abandonar la asfixia de la cultura consumista buscando, en cambio, la verdadera libertad.
La Peccata Minuta
Vienen con letra diminuta, eso sí, el pie de página y las voces que nos incitan a no fiarnos de nada ni de nadie. Porque, más allá de los megáfonos de la mercadotecnia, hoy nos vemos tentados a ser nosotros mismos los arquitectos de nuestra felicidad —aunque la dulce tentación es culpable de llevarnos a cometer el mismo crimen—.
¿Será que esa supuesta libertad para auto-definirnos y para hacer lo que nos ‘de la gana’ es también es un mito que nos ha sido impuesto? ¿Será que la idea de liberarnos de todo condicionamiento es también en sí mismo un condicionamiento disfrazado; un policía con brazos abiertos que promete salvarnos pero que a la larga nos termina atrapando entre sus brazos?
Buscamos liberarnos de políticos corruptos, pero en seguida nos esclaviza la pasividad civil. Queremos más que Lady Gaga y Justin Biber, pero terminamos convertidos en las superestrellas de nuestros selfies. Anhelamos dejar atrás la opresión del patriarcado, pero a veces nos atrapa el resentimiento o el sexismo.
El escritor irlandés Clive Staples Lewis iluminó este dilema en La Abolición del Hombre. Según Lewis, al buscar la libertad en los lugares incorrectos, la autonomía corre el riesgo de convertirnos en esclavos; pero no de nuestro corazón, sino de la panza y del instinto. A la larga, el querer ser las estrellas de la película nos hace encajar a todos en el mismo rol. Al querer sobresalir y ser diferentes, muchas veces terminamos siendo todos igualitos. Y la ansiedad que viene por estar cada vez más solos en la cama se busca saciar comprando mil y un tiliches, y ahora también llenando las pantallas de inumerables fotos y videos. Nos convertimos así en un océano de signos de pregunta que anhelan convertirse en puntos de exclamación.
¿Quién podrá liberarnos de este dilema mortal? ¿Quién nos dará la fuerza para dejar de reemplazar la sustancia con la apariencia, y los corazones con pantallas?
* * *
Escribo todo esto hablándome a mí mismo. Siendo parte de la generación de los millennials, es fácil sentirse atrapado por las fuerzas hegemónicas que quieren monopolizar el pensamiento. De ahí que uno no se ve tentado a aplaudirle a la apatía, a no comer ningún cuento, y a refugiarse, más bien, en las “comodidades lamentables” que repudió el filósofo nihilista Federico Nietzsche. Pan y circos, popcorn y Netflix; o, en palabras de Huxley, “orgy-porgy; Ford and fun.”
Liberando a la Libertad
Pero es como millennial que uno también encuentra esperanza en las voces creativas llamando a redefinir el entretenimiento y a quitarle al placer la última palabra. Llámese redescubrir el arte de la hospitalidad cocinando para otros; llámese ensuciarse las manos en la reforestación urbana o en la siembra de alimentos; llámese participar en el saneamiento de cuencas y de corredores biológicos. Nuestras mesas no tienen porqué permanecer vacías. Los suelos agrícolas tampoco tienen porqué sufrir, ni los ríos porqué llorar.
Dándose cuenta de esto, somos cada vez más y más quienes nos vemos llamados a redescubrir el sentido de la libertad. El reto es dejar de entenderla como autonomía (“libre para escoger,” “libre para consumir”, “libre para ‘coger’”), y más bien comenzar a vivir la libertad como la capacidad de entregarnos de lleno a nuestros compromisos (“libre para cuidar a otros”, “libre para dar de mí mismo”, “libre para honrar a otros”, “libre para seguir ahí cuando todo nos invita a huir hacia lo más cómodo”).
De la Felicidad al Contentamiento
La verdadera libertad permite también reflexionar y poner en práctica lo bueno, lo bello, y lo justo. En El Mundo Feliz, el proyecto de la civilización requiere sacrificar la belleza y la verdad para alcanzar la felicidad y el confort. Es un mundo de máquinas, de medicina científica, de clones humanos con deseos condicionados, de felicidad artificial endulzada por el soma. Es un mundo que brilla en la superficie pero que es hueco en el fondo, más allá de la apariencia.
Pero, según Huxley, es también un mundo sin poesía y sin peligro verdadero; un lugar que carece de libertad y de bondad. Es un mundo impecable y perfumado, pero sin Dios y sin pecado; representando así la supuesta victoria de la cultura ‘civilizada’ sobre la vida ‘salvaje’ del sentimiento, la religión, y la naturaleza.
“Las primaveras y los paisajes” reconoció Huxley satíricamente a través de uno de sus personajes villanos, “tienen un gran defecto: son gratuitos. El amor de la naturaleza no mantiene a ninguna fábrica ocupada.”
* * *
¿Será en la contemplación del mundo natural donde se esconde la sabiduría sagrada para vivir en contentamiento y en mayor armonía dentro de los confines ecológicos de nuestro Hogar Común? ¿Será ahí donde está escondida la felicidad, más allá de las cortinas de humo regguetoneras de Nicki Minaj y de Bad Bunny?
Tal vez no esté de más “prestarle atención a los pájaros del cielo” y “a los lirios del campo” revestidos de gloria, como lo encomendó alguna vez el Maestro Jesús al hacer referencia a los animales. Porque quizás esa interacción pausada con la naturaleza de la que habla Huxley sea el camino hacia un mundo siempre imperfecto pero auténticamente más feliz y más tranquilo.
Aunque sea en parte. Porque no son las pantallas ni la productividad ni la acumulación —sino el asombro— lo que nos ayudará a reconocernos como simples invitados en un universo que existe mucho antes de nosotros. Porque no hay mal que dure cien años, ni cuerpo ni planeta que lo resista. Porque no somos más que peregrinos invitados a maravillarnos de la inmensidad de un mundo que nunca ha sido nuestro.
Feliz, más bien, quien cae en cuenta de eso.
Eduardo Sasso es el autor de Remix de Cristo, un libro redescubriendo el mensaje de Jesús de Nazaret para el mundo de hoy.
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