“Mi preocupación no es si Dios está de nuestro lado; mi mayor preocupación es estar del lado de Dios, porque Dios siempre tiene la razón.” — Abraham Lincoln, primer presidente republicano
La situación política en los Estados Unidos está al rojo vivo, y no necesita introducción. Un candidato saliendo de un atentado reciente se enfrenta a un contrincante sin mayor experiencia al mando del oval office.
El primer candidato apela a Dios para bendecir a su nación; el segundo candidato, no tanto, y pareciera que muchos de sus adeptos cada vez menos, tampoco. Muchos rojos, en principio, le apuestan a lo que llaman cristianismo; los azules, cada vez más, optan por el antídoto que perciben en el secularismo.
Más que en ningún otro país de alto ingreso, la religión y la política en los Estados Unidos siguen encendidas —talvez más que nunca antes—. Y la efervescencia levanta una pregunta: ¿Por quién votaría Jesús en las elecciones de este 2024?
Para comenzar a responder esa pregunta, antes es necesario un paso atrás y reevaluar algunas creencias que afectan cómo entendemos la relación entre la fe y el poder, entre la religión y la política.
Revaluando Cuatro Creencias Populares
Bien se dice que un dicho fuera de contexto es un pretexto. Eso es cierto en especial en el caso de los documentos de la Biblia, cuyas frases puntuales han sido usadas (y malusadas) a lo largo de la historia para justificar toda índole de políticas a diestra y siniestra —sean de centro, izquierda, o derecha—.
Dada la falta de espacio y tiempo, es simplemente imposible analizar a fondo este tema controversial con la rigurosidad que merece. Aquí nada más cabe un bosquejo tanto de la interpretación popular, como del origen y el significado inicial, de algunas de estas frases. Y para eso las divido en ‘Creencias Populares’ y ‘Verdades Ocultas’.
I) “Mi reino no es de este mundo.” (Jn 18)
Creencia Popular…
Hay ciertas tendencias dentro del cristianismo (protestante, evangélico y católico) que aminoran o se niegan a trabajar por un mundo mejor, suponiendo que no tiene mayor sentido regar un árbol que está pronto a ser talado y echado al fuego. Encima, se cree que Jesús dijo que su reino era de los cielos y no de la tierra —un reino que “no es de este mundo”— y que por ende este planeta es algo pasajero, transitorio y, en última, instancia sin gran valor.
...Verdad Oculta
Esta interpretación ‘trans-mundana’, como la tacharía el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, se debe a al menos dos razones. Primero, la influencia griega y neoplatónica sobre el cristianismo ha causado que, inclusive hoy, varios fieles lleguen a creer que la meta de la vida cristiana es escapar la oscuridad del mundo material para alcanzar la luz del mundo inmaterial. (Esto no tiene respaldo en la Biblia Hebrea ni en el Nuevo Testamento.) Y se debe, segundo, a una interpretación indebida del término griego “ἐκ”, que en español se ha traducido incorrectamente como “de”.
Sin embargo, “ἐκ” en griego quiere decir “desde”, “de entre”, “a partir de”… “Ἡ βασιλεία ἡ ἐμὴ οὐκ ἔστιν ἐκ τοῦ κόσμου”. Tanto de manera explícita como implícita, el cuarto evangelio afirma como —a diferencia de los reinos humanos— el reino de Jesús no nace “desde este mundo…”, no comienza “a partir de este mundo…”, no “se rige por los estándares de este mundo”. Más bien, es un reino que viene y que nace desde lo Alto —que emerge desde lo divino, podríamos decir— pero que se manifiesta dentro de este mundo y que es para este mundo.
Esto se vuelve más evidente al leer también entre las líneas: Si el mensaje y la obra de Jesús no hubieran tenido alcances políticos de tapa a tapa, y si las autoridades no lo hubieran percibido como alguien con pretensiones liberadoras y mesiánicas como las de un rey —sino más bien como un mero ‘gurú espiritual’ enfocado en evacuar a sus seguidores hacia el cielo— los romanos se hubieran reído y no habrían encontrado en él amenaza ni razón alguna para crucificarlo. Un reino afuera de este mundo no le hace cosquillas ni al César ni a ningun magnate que pretenda seguir sus pasos.
II) “Sométanse a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas.” (Rom 13)
Creencia Popular...
En este caso no está de más recordar que este fue una de las frases utilizadas por el régimen Nazi y por varias iglesias alemanas para justificar (y aplaudir) el ascenso de Hitler al poder. Y la frase ha sido también carta blanca para que, inclusive hoy, algunos en posiciones de autoridad consideren que su poder les otorga un derecho supuestamente sagrado para gobernar.
Sin embargo, el apóstol Pablo quiso afirmar algo distinto, hablando entre líneas.
...Verdad Oculta
Considerando que la Carta a los Romanos la dirigió a una comunidad microscópica viviendo en la capital de uno de los imperios más atroces de la antigüedad, ¿estaba más bien el apóstol subvirtiendo la supuesta superioridad del emperador romano?
Los romanos se veían a sí mismos como la cultura escogida por los dioses para traer paz y justica al mundo entero —algo que lograban, en gran parte, a través de los impuestos y de violencia militar de lo que llamaban la Pax Romana—. Así que confrontar al César era mala idea.
Por eso, ademas de no afirmar que las ‘autoridades superiores’ tienen supremacía total, ¿estaba Pablo desequilibrando la hegemonía del César, haciendo ver en cambio, de forma sutil y astuta, que no existe emperador ni autoridad que esté por encima (ni a la par) de Dios? (Leamos el subtítulo de nuevo y veamos como, lejos de exhaltar a las autoridades, el apóstol las estaba relegando por debajo del Altísimo.)
Aun más, según el apóstol, “los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo” (13:3). Bajo ninguna circunstancia Pablo afirmó que el emperador, ni las autoridades, ni los magistrados reemplacen a Dios, ni que gobiernen en su lugar, ni que puedan gobernar para los malos, ni que puedan infundir terror a quien hace el bien.
Tampoco afirmó el apóstol que gobernante alguno tenga la última palabra —ni que el llegar al poder implique que un gobernante vaya a ejercer con bondad o rectitud la autoridad que le ha sido delegada—. La historia humana, de hecho, muchas veces demuestra lo contrario.
La afirmación del apóstol le resta poder absoluto al César y a cualquier gobernante que se jacte de algo. Toda autoridad es autoridad temporal y es autoridad parcial y delegada, supeditada a la justicia divina.
III) La División entre el Estado y la Iglesia
Creencia Popular...
Dadas las consecuencias a veces trájicas que han tenido creencias populares como las anteriores, en los últimos 250 años occidente ha apoyado lo que hoy conocemos como la división del Estado y la Iglesia. Esto en gran parte por el mal uso de poder por parte de la iglesia al tomar las riendas del estado (aunque también por los abusos del estado en contra de las iglesias).
Estos abusos van desde las cruzadas europeas con la Biblia en una mano y la espada en la otra, hasta las atrocidades coloniales contra los pueblos aborígenes perpetradas por la iglesia en las escuelas residenciales en Canadá; desde la Guerra de los Treinta Años entre católicos y protestantes comenzando en 1618, hasta los llamados ‘cristianos alemanes’ (die Deutschen Christen) que apoyaron abiertamente el régimen de Hitler hace ni siquiera 80 años.
Los conflictos internos del cristianismo también han sido notorios: el acosamiento y el juicio inquisidor de la sacrosanta iglesia Romana sobre el monje augustiniano alemán Martín Lutero; la persecución política de la corona anglicana hacia los puritanos en la Inglaterra del siglo XVII; la Guerra Civil en Estados Unidos entre cristianos esclavistas y cristianos abolicionistas en el XIX; el apoyo militar del actual estado sionista, supuestamente en el nombre de Dios y de la Biblia.
Esta y mucha otra sangre derramada ha convencido a muchos de que lo mejor es dividir la ‘política’ y ‘religión’. Como resultado, hoy (en principio) muchos exaltan la tolerancia como la virtud por excelencia en la sociedad post-moderna —y se busca enterrar el fanatismo y la religiosidad en un cofre blindado, despojándolo ojalá de espadas y rifles y cualquier tipo de arma de fuego—.
...Verdad Oculta
Curiosamente, esta supuesta división ha llegado a convertirse en un divorcio amargo, en una brecha radical, e inclusive en una marginalización absoluta, ya sea de un lado o del otro. Algunas extremas derechas buscan gobernar a mano dura, supuestamente en nombre de Dios; otras extremas izquierdas pretenden borrar el nombre de Dios e imponer, más bien, un humanismo secular.
Sin embargo, como lo han propuesto Michael Perry y otros, ‘división’ no debería implicar ‘separación’. Tampoco debería implicar que el poder religioso domine al político, ni que el político al religioso. (De hecho, en el mundo antiguo en el que vivieron Jesús y los apóstoles, esa división simplemente no existía… la ‘religión’ y la ‘política’ eran parte de un todo.)
¿Será que esa separación debería implicar, más bien, un diálogo, una relación respetuosa pero cordial, una sana distancia entre el estado y la iglesia, pero sin tener que aislar o separar el estado de la iglesia, ni viceversa? Como dice el refrán, “ni mucho que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre.”
(Aquí nos topamos con una de las ironías de la historia, pues esta separación, de hecho, se estableció tan temprano como el siglo XI por el propio Papa Gregorio VII, y posteriormente también en los Estados Unidos en los siglo XVII-XVIII. Pero se instauró para que justamente el poder político/secular no interviniera ni limitara las libertades de las iglesias —mas nunca al revés, como sucede hoy—. El evacuar la religión de la esfera política jamás cruzó tampoco la mente de John Locke ni de Benjamín Franklin, por más deísta que hayan sido sus filosofías políticas.)
Como lo señaló Dieterich Bonhoeffer, teólogo alemán asesinado por los Nazis, esta separación llama, más bien, a reconocer a que existe un Poder Superior al cual tanto las iglesias como los estados deben rendir cuentas. La supuesta autonomía absoluta de un estado secular es la imagen opuesta de la arrogancia del trinfalismo eclesiástico. Según los testimonios subversivos de los autores de la Biblia, nada ni nadie tiene poder absoluto ni autoridad divina; tanto el César como el Papa están llamados a doblar rodilla ante quien el autor del Apocalipsis reconoció como el ‘Soberano ’de todas las naciones (Ap 1).
(Esta rendición de cuentas, por su puesto, no es algo que le convenga a los poderosos —sean seculares o religiosos—, y ha sido la razón por la cual muchos —seculares o religiosos— siguen queriendo negar a Dios, o domesticarlo hasta convertirlo en una pantufla de dominguear al comando de sus antojos o caprichos, o bien enviarlo por un tubo para que reine allá lejos el cielo... y así poder ellos hacer lo que les plazca aquí en la tierra.)
IV) “Al César lo que es del César, y a Dios…” (Mc 12)
Creencia Popular...
Para nosotros que vivimos al otro lado de las cruzadas y de la Ilustración (una época que magnificó la distinción que el teólogo Agustín de Hipona ya había hecho en el siglo V entre la ‘Ciudad de Dios’ y la ‘Ciudad del Hombre’) la famosa frase de Jesús ha llegado a interpretarse más o menos así: “La religión y la política son cosas incompatibles. La religión es una cuestión ‘interna’, de elección ‘personal’, ‘entre uno y Dios’; el César (el emperador) se trata de política y economía. Y al César hay que obedecerlo siempre.”
Esta ruptura entre lo ‘personal’ y lo ‘político’ ha llevado a muchas personas (cristianas y no-cristianas) a creer que los césares de hoy pueden usar sus monedas para hacer lo que le venga en gana. Pero, ¿puede esa creencia sostenerse por sí misma?
...Verdad Oculta
Debemos comenzar enfocando la atención en la moneda a la que Jesús dirigió la mirada de sus oyentes, previo a pronunciar su famosa frase respecto a darle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
Se trataba de un ‘denario’... una moneda con la insignia de Tiberio César, representante de Roma y de todo el poder que el imperio representaba. Tiberio también fue un emperador aclamado como el hijo de un dios (su antecesor, el divino Augusto César).
De ahí parte el conflicto, porque los denarios tenían impreso el rostro de César. Como lo ha hecho ver el historiador de Oxford N.T. Wright, además de ser herramientas para el comercio, estas monedas también servían como el principal medio de comunicación masiva del mundo antiguo. Eran utilizadas como megáfonos para amplificar la riqueza y el poder del emperador y así poner a naciones enteras bajo sus pies. Como tal, la propaganda imperial de Roma, masificada ni más ni menos que a través de tales monedas, le permitía a Tiberio controlar y cobrar impuestos a millones, incluido el propio pueblo de Jesús.
Pongámonos entonces en las sandalias de los judíos del siglo I, un pueblo que fue dominado y en buena parte crucificado por los romanos...
Los judíos habían aprendido de Moisés que no debían grabar imágenes en ninguna parte. Y creían también que ningún dios extranjero debía ser servido excepto el suyo propio, Yahvé. Verse obligados a usar las monedas de César —y encima pagarle tributo— era prácticamente una bofetada.
Como señala Wright, varios movimientos de rebelión surgieron en la Palestina del siglo I en respuesta al compromiso. Las protestas en Jerusalén contra las élites romanas y judías surgieron una y otra vez, alimentadas por la memoria del Éxodo y por revoluciones más recientes, como la encabezada en 164 a. C. por el sacerdote judío Judas Macabeo contra el imperio invasor de los Seléucidas.
Algunos de estos movimientos, a su vez, a menudo llamaban a una revolución armada contra las autoridades: “¡Denle a Roma lo que merece!” “¡A Roma hay que pagarla íntegramente, ojo por ojo!”
Para la gente común de Israel, el compromiso era ofensivo. De hecho, era una blasfemia. Como buenos monoteístas, sabían que no debían estar a favor del imperio del César (como sí lo estaban haciendo el rey Herodes Antipas y los principales sacerdotes del templo de una manera u otra). La nación entera no estaba adorando a Yahvé su dios como debía. Más bien, la élite político-religiosa de Jerusalén estaba en complicidad pasiva con el emperador, dándole a él indirectamente la lealtad que sólo Dios merecía.
En respuesta, en recelo y rebeldía, algunos abogaron por la violencia —aunque eso implicara utilizar los mismos medios violentos del enemigo para derrotarla—.
Este turbulento contexto ha llevado al mencionado historiador de Oxford a descartar que el famoso dicho de Jesús sobre Dios/César sea visto como un cheque en blanco que le permite a César hacer lo que quiera y a la gente obedecer lo que él ordene.
En cambio, Wright encuentra una ‘crítica triple’ en las palabras de Jesús:
una crítica de las afirmaciones profanas de Roma,
una crítica hacia el llamado de los fanáticos a una revolución violenta para derrotar a Roma, y
una crítica contra la confabulación de los líderes político-religiosos de Israel con Roma.
Jesús no aceptó ninguna de esas tres. La complicidad con Roma estaba mal, pero también estaba mal la violencia.
El llamado del Nazareno, sugiere Wright, fue a una revolución más profunda: una revolución de pacificación y de imitación del amor radical de Yahvé, su Dios. Dirigidas a aquellos con oídos para oír, las palabras de Jesús fueron sutiles pero altamente subversivas: “Devuélvele esa moneda sucia al César, y la dedicación y lealtad que le han estado dando al César, dénsela a Dios.”
Al llamar un tipo de revolución muy diferente, Jesús desafió a sus contemporáneos a ser la luz del mundo y a ser ‘hacedores-de-paz’ (Mt 5), y no un reflejo del imperio de Roma. Pero al hacerlo, no hizo un llamado a ‘almas eternas’ ni a individuos confundidos buscando una experiencia religiosa ensimismada.
No, la crítica triple de Jesús fue más bien una declaración política y pública; fue un llamado a personificar el sueño de Yahvé de construir una sociedad de amor aquí en la tierra, y —de esa forma— darle a Dios la honra que solo le pertenece a Dios, y no al César.
Un Nuevo Presidente (y Ni Tan Nuevo)
Con este bosquejo regresamos la pregunta inicial: ¿Por quién votaría Jesús en las elecciones de este 2024?
No soy quien para responder esa pregunta. Pero imaginando por un segundo que Jesús no tuviera otra opción más que escoger entre ambos candidatos, me atrevo a especular que votaría —con grandes reservaciones, ‘sin querer queriendo’— por el ‘menos malo’ y, en el mejor de los escenarios, por quien tenga el carácter más noble, más integro; quien utilice el poder político para darle prioridad a los desfavorecidos. Aunque sea un poco.
Lo que sí es casi cierto, si algo de verdad hay en lo que he escrito más arriba, es que a Jesús se le pararían la barba y la peluca de lo que hoy se hace pasar por cristianismo en los Estados Unidos y más allá —y el escritor estadounidense Ross Douthat, columnista de The New York Times, explica porqué—.
Como ciudadano estadounidense, Douthat se ha dado a la tarea de demostrar cómo el cristianismo en su país no solo ha perdido su norte, sino que amenaza con destruir la sociedad al hacerlo. Es, según él, una cultura llena de supuestos evangelios —al estilo de ‘reza para hacerte rico’, o de terapias dizque-cristianas de autoestima, o del culto a la bandera y de ‘God bless America’, sosteniendo la Bibla en una mano y, muchas veces, un rifle en la otra—.
De ahí que Ross Douthat sostiene que el problema de Estados Unidos no es demasiada ‘religión’; ni tampoco es el ‘secularismo’ intolerante. Más bien, afirma, el problema es la mala religión.
Sea conservadora o liberal, en la esfera política o en la cultura popular, Douthat demuestra como la sociedad estadounidense sigue siendo amenazada —no por el ateísmo— sino más bien por la herejía: por versiones degradadas, tijeretiadas, y distorsionadas de la fe cristiana. Supuestos evangelios que poco tienen que ver con la supremacía de Jesús, y más con acariciar el ego, complacer el fanatismo, y alentar todo tipo de impulsos y pasiones, sean consumistas, egoístas, o nacionalistas.
Entre varios otros vicios, Ross Douthat critica por ejemplo la arrogancia del “excepcionalismo estadounidense”, una ideología que promueve a Estados Unidos como un nuevo tipo de ‘nación elegida’ con el supuesto derecho de dizque-evangelizar el mundo con sus creencias, su cultura, y, en más grave instancia, con su falso cristianismo.
Esto y más ahí le da lugar al título de uno de sus libros más conocidos, el cual se explica por sí sólo: Bad Religion: How We Became a Nation of Heretics.
* * * * *
Retomando entonces la pregunta original, con bastante confianza podemos decir que Jesús no se vería restringido ni limitado ni obligado a darle alianza a ninguna bandera ni a ninguna ideología. (Me atravería a afirmar que Jesús no votaría por ninguno de los dos candidatos... es más, por ningún candidato.)
Más bien, Jesús comenzaría su propio movimiento de renovación, de perdón, de liberación demoniaca, de amor radical, y de equilibrio entre las partes. Jesús no iría hacia la izquierda ni hacia la derecha, sino que vería hacia arriba y después caminaría hacia adelante. Jesús se opondría a los arrogantes y a los falsos religiosos y le extendería, a su vez, una mano a las personas oprimidas y a los verdaderos necesitados.
Jesús, de hecho, votaría por sí mismo, y no buscaría ni necesitaría del permiso ni de la aprobación de ningún gobernante, ni de ninguna élite, ni de ningún partido, para ponerle alma, cuerpo y corazón al reino de Dios y su justicia. “In God he trusts...” (Todo lo demás, Mr. Trump y Mrs. Harris, es confusión, complicidad, y —en última instancia— idolatría.)
En efecto, eso y más fue justamente lo que Jesús hizo hace casi ya dos mil años. Y desde entonces sus verdaderos seguidores lo han elegido a él —y sólo a él— como el único y verdadero presidente, como el único y verdadero salvador y mesías, como el único y verdadero Rey de reyes y Señor de señores... un Rey y Señor que nos llama a seguir sus pasos en una postura de gracia, de humildad, y de siempre (siempre) buscar la verdad.
El ecosistema de justicia, de paz, y de amor sin límites que instauró Jesús no necesita del visto bueno de ningún mandamás. Está abierto para todas y todos, sin distinción de edad, raza, idioma, o nacionalidad.
Ahí está el único voto y la única alianza segura: honrar con nuestra vida y nuestras decisiones al único Rey que no ha defraudado y que nunca defraudará.
Para ir más allá...
Bauckham, R. (2011). Jesus: A Very Short Introduction. Oxford University Press.
Douthat, R. (2013). Bad Religion: How We Became a Nation of Heretics. Free Press.
Horsley, R. (2003). Jesus and Empire: The Kingdom of God and the New World Disorder. Fortress Press.
Perry, M. (2003). Under God? Religious Faith and Liberal Democracy. Cambridge University Press.
Phillips, E. (2012). Political Theology: A Guide for the Perplexed. T&T Clark.
Witte, J. y Alexander, F.S (2011). Christianity and Human Rights: An Introduction. Cambridge University Press.
Wright, N. T. (2016). How God Became King: The Forgotten Story of the Gospels. HarperOne.
______. (1997). Jesus and the Victory of God [Christian Origins and the Question of God, vol. II]. Fortress Press.
Eduardo Sasso es Máster en Teología Interdisciplinaria y el autor de Remix de Cristo, un libro reexplorando el mensaje de Jesús de Nazaret para el mundo de hoy.
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